Un cambio de paradigma: de la violencia a la convivencia

Columna por Marta Susana Reyes (Profesora de inglés & Magíster en investigación educativa) 


En las últimas décadas ha sido notorio el aumento de situaciones de conflicto en los centros educativos, siendo algunos hechos más violentos que otros. En algunos casos, no necesariamente se han producido agresiones físicas, sino que han ido más allá, hasta vulnerar la autoestima de una persona en un proceso lento y silencioso, a veces ignorado o desconocido por los actores adultos. El hostigamiento entre pares en la escuela, o “bullying”, no es una conducta nueva, pero sin duda ha adquirido relevancia en la agenda pública los últimos años.  

En este marco, resulta evidente la urgente necesidad de reflexionar y actuar sobre los ambientes de aprendizaje. La escuela es un ámbito donde se convive con otros y se construyen aprendizajes múltiples y diversos, en el que no sólo se aprenden contenidos, sino también modos de ser y estar con otros, regulaciones, relaciones con la autoridad, pautas que organizan las condiciones para aprender a compartir espacios, tiempos y materiales. (Córdoba, Ministerio de Educación, 2011).  

Ahora bien, cabe preguntarnos si esta problemática debería ser materia de análisis solo en el ámbito educativo ¿Cuál es entonces, el rol que desempeña la familia con respecto a estas situaciones de conflicto? En primer lugar, al constituirse en la unidad básica de la sociedad, su importancia radica en los lazos afectivos que se establecen dentro del seno familiar tales como la contención emocional, el cuidado y la convivencia, entre otros. Partiendo de esta base, es posible afirmar que la familia es uno de los ejes fundamentales para prevenir situaciones de violencia que posteriormente pueden trasladarse al interior de las aulas.  

Los cambios repentinos en el comportamiento del niño, la pérdida de interés en actividades habituales y la aparición de malestares físicos o manifestaciones de ansiedad antes de concurrir a la escuela, serán los primeros indicios ante los cuales los padres no pueden permanecer indiferentes. Por otra parte, desarrollar una relación de confianza, donde exista un diálogo abierto entre padres e hijos, permitirá una comunicación más fluida en el ámbito familiar. Así, fomentar un espacio de respeto mutuo será de vital importancia ya que posibilitará que los niños aprendan a compartir sus vivencias e incluso sus temores. De esta manera, el contacto con la escuela es crucial. Resulta imprescindible que las “señales” que se observan tanto en el hogar como en el espacio escolar sean tratadas por los adultos con la seriedad necesaria. Tanto padres como docentes comenzarán un proceso, a veces más extenso que otros e implicará una mirada más atenta en el hogar y en la escuela.  

Revolución tecnológica y sus consecuencias  

La escuela se constituye en el espacio donde los alumnos desarrollan las primeras habilidades sociales con todo lo que ello implica. Sin embargo, al hablar de la escuela como espacio integrador, será éste también donde los estudiantes aprendan a lidiar con las dificultades propias del rango etario y con los conflictos que allí se suscitan a diario.  

En la actualidad, estos conflictos se ven agravados por el avance de la tecnología que, si bien trajo aparejados múltiples beneficios con relación a la comunicación, en igual medida afectó los modos y las formas de relacionarse con otros. El uso excesivo de la tecnología y sin control parental, así como las redes sociales y los mensajes de texto pueden derivar en situaciones donde la burla y la humillación se naturalizan de modo tal que pasan a formar parte de la cotidianeidad. Por lo tanto, tal vez sea esta la oportunidad imperdible de valorar los espacios de convivencia y de aprendizaje en lo que a construir vínculos se refiere, desde una edad muy temprana.  

¿Por qué no asumir como adultos responsables una actitud proactiva frente al aprendizaje de la convivencia? ¿Cuál es la razón que nos impulsa a actuar y a reflexionar sobre los conflictos una vez que ya se ha producido el daño? Tal vez, el trabajo sobre los vínculos vaya mucho más allá. Trabajar sobre la convivencia tanto en la escuela como en la familia, no es sólo para evitar o prevenir situaciones de violencia, sino porque se constituye en un aspecto fundamental e irrenunciable de la formación de niños y jóvenes.  

El tema está planteado. Sin embargo, el abordaje de la convivencia en las escuelas suele resultar complejo debido a que cada institución desarrolla estilos propios al momento de avocarse a la resolución de conflictos. En este sentido, el abordaje de esta problemática que hoy nos atraviesa como sociedad yen nuestras instituciones, requiere del trabajo mutuo y colaborativo entre escuela y familia.  

Si ambas se proponen como objetivo primordial fortalecer los vínculos entre sus integrantes, estas acciones focalizadas en valores harán posible que los niños desarrollen habilidades sociales que les permitan enfrentar y resolver, situaciones conflictivas de diferente índole.

En los casos en los cuales se registran estas situaciones que los niños o adolescentes involucrados no logran resolver, siempre podrán recurrir a sus mayores si se ha trabajado responsablemente a los efectos de generar la confianza suficiente.  

Los entornos saludables se construyen a partir de la empatía con el otro y la generación de la confianza mutua, condiciones que solo es posible lograr a través de un diálogo cálido, fluido, transparente y sincero. Asumir estos desafíos, donde la cooperación entre escuela y familia resulta prioritaria, se habilitará la creación de ambientes saludables para el desarrollo integral de niños y jóvenes.  

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